Iba manejando por la carretera en mi automóvil y decidí hacer una parada en la plaza del Carl's para ir al Oxxo y comprarme un litro de agua bien helada porque me estaba muriendo de sed. Manejo al interior del estacionamiento pero me he adelantado. Entonces comienzo a darle vueltas por todas partes hasta llegar a mi destino. Finalmente llego al Oxxo. Me bajo solamente con lo necesario: mi celular, mi cartera y las llaves del auto.
Voy subiendo las escaleras del lugar y veo dos policías. Ellos estaban cargando a un vagabundo con barba larga, cabellos enmarañados y piel sucia. Sin embrago, portaba un hermoso traje blanco impecable y brillantemente llamativo que contrastaba con su cara. Al parecer estaba ahí tirado de borracho. ¿Y porqué tenía ese traje? Yo no sé. Sólo sé que me apresuré a entrar a la tiendita de autoservicio por mi litro de agua.
El lugar por dentro estaba descuidado. Había envolturas y otras basuras regadas en el piso. Los productos de los estantes estaban desacomodados. Y a los responsables parecía importarles poco el aspecto del negocio. Lo ignoré todo porque moría de sed.
Caminé entre los pasillos para llegar al fondo donde se encuentran los refrigeradores. Cuando abro la puerta de cristal y el frio me abraza el cuerpo, me doy cuenta de que hay tres carteras identicas a la mia, ahí dentro. Me exalto. ¿Cómo puede ser ésto posible? Entonces busco mi cartera debajo del brazo y no la encuentro. Miro lo que traigo en las manos y no está. Busco con la mirada el camino recorrido y no la veo. La única explicación es que, por métodos inexplicables, mi cartera apareció dentro del refrigerador junto con otras dos identicas a la mia.
Las miré a las tres. Tan tiesas y congeladas. El hielito se asomaba por las esquinas de todas. ¿Y la mía? ¿Cómo saber cuál era? En la desesperación tomé una por una, las abría y las inspeccionaba. Me quemaban los dedos, pero yo no sentía. Solo quería mi cartera. Y entonces me dí cuenta que las otras dos estaban vacías. Tomé la mia.
Frotando los hielitos de la cartera para derretirlos, tomé un litro de agua con la otra mano. Caminé rapidamente hacia la caja, volteando a través de la ventana para cerciorarme de que mi automóvil siguiese como lo había dejado.
Puse el litro sobre el mostrador. Y, estando yo dispuesta a pagar, ví cómo la persona detrás de la caja miró mi cartera mojada y luego a mí y me dió una sonrisa maquiavélica que me cayó tan gorda, que abandoné el bote de agua fresca en su cara y caminé con disgusto de regreso a mi auto. Donde, inmediatamente después de haberme subido, puse los seguros.
Las pesadillas que provoca la fiebre.
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